A la hora en que escribo se ha producido la renuncia del representante Iván Rodrígez Traverzo a la Cámara de Representantes. Después de fanfarronear - lo cual ha incluido invocar la jurisdicción del tribunal - ha tenido que dimitir a su escaño, ante la realidad aplastante de las alegaciones en su contra, las cuales encontraron eco, incluso, en los compañeros de banca de su propio partido. En el juicio político la suerte estaba echada, con el informe adverso de la Comisión de Ética. Constitucionalmente, es la Cámara la única juez de la idoneidad de sus miembros; por lo tanto, con excepción de un atropello egregio de sus derechos en el foro legislativo, el tribunal está impedido de intervenir en un caso como éste.
Rodríguez Traverzo, sin embargo, va encaminado a tener su «día en corte», pues se le imputan delitos graves que habrá que juzgar. Su temeridad, al esperar hasta última hora para renunciar, y acudir al tribunal inmeritoriamente, manifiesta una actitud que dificulta que se le conceda el beneficio de la presunción de inocencia.
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