Las expresiones más recientes de la Presidenta de la Junta de Síndicos de la Universidad de Puerto Rico son producto de una visión extremadamente rígida de los procesos democráticos, en general, y universitarios, en particular. La ex juez demuestra poca sensibilidad y tolerancia hacia la disidencia y el ejercicio de los derechos constitucionales a la expresión, asamblea y la petición de reparación de agravios. En vez, ella prefiere hacer una lectura muy restrictiva del derecho a la huelga, negándoselo a estudiantes y profesores. Al decir que ella no negocia, sino que dialoga, es de suponer que cree en hablar por hablar, pues, ¿de qué sirve el diálogo en un contexto como el actual, si no es para negociar? Evidentemente, ella cree en una universidad domesticada, en la que la administración mande de manera absoluta y el claustro y el estudiantado obedezcan sumisamente. Quizá sus muchos años dando malletazos la acostumbraron a esa clase de relación de poder, que ahora añora.
No hay duda de que a ella se le nombró, precisamente, por su estilo de «dama de hierro», para meter en cintura a los «revoltosos» de la Universidad, gente de izquierda, por añadidura. Su inflexibilidad le ha servido «bien» al gobierno, pero mal a la institución y al país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario