Mientras el sistema que administra la justicia penal sea condescendiente con los conductores ebrios, el llanto por las tragedias cotidianas en nuestras vías públicas es un mero lloriqueo hipócrita. La raíz del problema es el propio ordenamiento penal, que admite repetidas infracciones, a las cuales le aplica sanciones progresivamente severas. Ello es claramente insuficiente para disuadir a los infractores. El mensaje que se envía es que se anticipa la violación de la ley. Imagínese el lector un esquema penal del asesinato que dispusiera "por el primer asesinato, tanto; por el segundo asesinato, tanto más; por el tercer asesinato..."
Eso de considerar la ebriedad al volante como una enfermedad, en algunos casos, hay que cogerlo con pinzas. El enfoque salubrista tiene sus méritos y su lugar en la política pública en lo penal, pero creo que la defensa social tiene que ir por encima de ello. Al que no se pueda aguantar sin guiar borracho hay que meterlo preso por un buen tiempo, suficiente como para darle todo el tratamiento que requiera.
Vista la situación y la flojera del derecho positivo, los policías, los fiscales y, sobre todo, los jueces tienen que ser implacables a la hora de perseguir, procesar, juzgar y condenar a quienes ponen en peligro la seguridad pública de esta manera. Que con dar pésames nada se resuelve...
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