El daño al ambiente, en cualquiera de sus renglones vitales, merece el mayor de los castigos, bien sea en el ámbito administrativo o en el penal. Lo ocurrido en el humedal de Salinas -- sobre todo la reincidencia y la temeridad de los perpetradores -- amerita severas sanciones, no solo económicas, sino de reclusión por largo tiempo, a modo de penalidad a los autores y de disuasivo a otros que se sientan inclinados a incurrir en actos similares.
En cualquier época lo ocurrido sería condenable; en el momento actual, resulta particularmente execrable.
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