No debería ser necesario decirlo, pero la situación actual lo exige: no somos una teocracia -- gracias a Dios -- sino aspiramos a vivir en democracia. Ello supone derecho a expresarnos y a participar en el proceso político para gobernarnos por mayoría. Mas, hay límites a lo que la mayoría puede mandar. El individuo y las minorías tienen derechos que no son anulables por la mayoría, no importa lo amplia que ésta sea. El oscurantismo religioso que permea el debate acerca de lo que debe enseñar la escuela pública es peligrosísimo para una sociedad laica y pluralista, y debe combatirse denodadamente. Hoy se elimina el currículo de perspectiva de género, y mañana se hablará de Adán y Eva en la clase de biología.
La ignorancia -- no importa lo piadosa que sea -- no puede dictar los programas de estudio a ningún nivel. La Historia registra lo que ocurre cuando ciertas creencias religiosas dirigen el proceso educativo y otros procesos públicos. Los derechos humanos -- y la equidad de los géneros es uno fundamental -- no pueden quedar al arbitrio de ideas basadas en textos de dudosa procedencia y cuestionable adjudicación a la divinidad.
Quienes quieran criar a sus hijos en la estupidez tienen derecho de hacerlo en sus casas, en sus escuelas privadas y en ciertos templos de su predilección. Pero, la educación pública no puede quedar sometida a los prejuicios paulinos.
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