Un elemento que resulta frecuente en la expresión oral o escrita es el uso de las palabras onomatopéyicas, es decir, las que imitan el sonido de un animal o de una cosa en la naturaleza. La descripción de una acción o un suceso requiere, muchas veces, que se trasmita el sonido que se produce, con un término que lo recuerde. De ahí que todos conozcamos el tic de un reloj, el chasquido de unos dedos y, por supuesto, para los puertorriqueños, el coquí de nuestra ranita nacional. Y nadie mejor que nuestro poeta Luis Palés Matos para haber incorporado el elemento onomatopéyico a su obra, sobre todo, a la de corte negroide.
Aprovechemos la sonoridad de nuestro entorno para darle viveza a lo que escribimos, con una buena medida de vocablos onomatopéyicos.
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