La escritura de cierta calidad y categoría requiere el dominio de la retórica, o sea, el «arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover». Como puede verse, con los recursos culturales, estilísticos e intelectuales que integran la retórica, el hablante o el escritor logra subir a otro nivel su comunicación, más allá de una simple trasmisión de datos, ideas o información. Con la retórica, la palabra precisa, la referencia atinada y el giro elegante se combinan magistralmente para estimular nuestras facultades y sensibilidades.
Es entonces cuando el texto resulta agradable, convincente o emotivo, según sea el propósito del autor, y nos invita a recrearnos en su belleza, nos motiva a la reflexión y a la acción, nos toca el corazón y, en cualquier caso, siempre se nos hace memorable.
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