lunes, 14 de diciembre de 2009
«Eso no es ná.»
El muestrario de las faltas éticas alcaldicias que se publica hoy apunta a la persistencia de una vieja idea acerca del cargo. Tradicionalmente, el alcalde se ve y es visto como una figura paternalista, que «acomoda» a los suyos y hace favores a diestra y siniestra, sin reparar en limitaciones de ley, reglamentos o normas de clase alguna, subsistiendo políticamente a base de ser «buena gente». En este sentido, los ciudadanos que los eligen son en extremo tolerantes de las transgresiones éticas, siempre que los alcaldes los «ayuden» a resolver sus problemas apremiantes. Así se ha creado una cultura de cierto cinismo hacia la administración pública al nivel municipal, que hunde al país en la degradación personal e institucional.
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