No me canso de decirlo: el Estado tiene que ser muchísimo más riguroso con los conductores que reiteradamente violan la Ley de Tránsito de manera importante. No hay razón alguna para que alguien que, frecuentemente, excede el límite de velocidad por muchas millas por hora siga estando autorizado a conducir un vehículo de motor. La tolerancia a esta conducta permite que ocurran tragedias como la de Hatillo, a manos de una persona que, claramente, no tiene las condiciones para conducir responsablemente.
Hace rato que, como sociedad, pasamos del punto en que veíamos con cierto fatalismo las muertes en las vías públicas ocasionadas por la negligencia criminal de los conductores. Si no actuamos de manera draconiana contra esta vertiente de la criminalidad encubierta con el eufemismo de «accidentes de tránsito», seguiremos siendo sus cómplices.
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