El acontecer actual en el ámbito de la administración de la justicia en nuestro país trae a la mente la palabra lenidad. El término significa «blandura en exigir el cumplimiento de los deberes o en castigar las faltas», una situación que, día a día, se comprueba ha estado aquejando a la judicatura puertorriqueña desde hace décadas. No se trata, pues, de que se desconocieran las faltas -- algunas de ellas gravísimas -- sino de que se fingió que no se sabía de ellas o se toleraron, con más o menos disimulo.
El problema ha sido que «son muchos los hijos del muerto», y como no hay «quien esté libre de pecado», no ha habido la valentía de «tirar la primera piedra». Es un hoy por ti y mañana por mí. Un hacerse de la vista larga; una condescendencia con el compañero porque algún día se va a necesitar esa misma «comprensión». Entonces, se toleran unas cosas, con la esperanza de que no se sepan fuera del mundillo judicial o jurídico, gracias a esa conspiración de silencio. Solo se actúa cuando el asunto se convierte en un escándalo público, y aun así se toma mucho tiempo en atenderlo, y con frecuencia las sanciones son un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad de la gente.
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