Brasil acaba de concederle su ciudadanía a un español. El asunto no tendría algo de particular, si no fuera porque lo ha hecho basado en que el hombre está casado con un brasileño. Lo ocurrido es consecuencia lógica del dictamen del Tribunal Supremo de Brasil que reconoció la validez de los matrimonios del mismo sexo. En Chile, con todo su conservadurismo en estas cosas, no han ido tan lejos, pero ya se le reconocen derechos de asistencia social y herencia a las parejas del mismo sexo, incluso a las heterosexuales que no están casadas.
Se va imponiendo el criterio sabio de que no es asunto del Estado con quién se empareja la gente por amor. Bien visto, es una de las decisiones más íntimas de los seres humanos, y, como tal, debe ser respetada. Mal podrá hablarse de libertad en una sociedad en la que este derecho no exista.
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