La noticia del asesinato de otra mujer a manos -- con machete -- de su pareja, quien hace 16 años hizo lo mismo, pero fue liberado bajo palabra, me recuerda lo que solía decir mi vieja profesora de Derecho Penal, la Dra. Helen Silving. La distinguida penalista de fama internacional afirmaba sin ambages que plantearse la rehabilitación como fin del derecho penal era algo quimérico, pues nadie sabe cómo se rehabilita un ser humano. Más de 40 años después, la Dra. Silving sigue teniendo razón.
Claro que hay quien se regenera -- son los menos -- pero creo que mi padre estaba en lo cierto cuando sentenciaba: «Hay gente que nace dañá, y no hay quien la arregle». La naturaleza de ciertos delitos es reveladora de unas condiciones personales muy profundas y difíciles -- quizá imposibles -- de erradicar del victimario. Resulta, pues, una temeridad devolver a esa persona a la libre comunidad, sobre todo, luego de un periodo de confinamiento relativamente corto.
Como sociedad, tenemos que asumir la responsabilidad y el costo de mantener aislados, por toda la vida o un periodo suficientemente largo para «incapacitarlos» para cometer crímenes tan sangrientos, a quienes han dado muestras inequívocas de que no pueden controlar sus impulsos homicidas, otro de los fines penales legítimos, de acuerdo con mi vieja profesora.
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