Aunque tengo y he tenido amigos en la judicatura a quien aprecio y distingo, lo he dicho y lo voy a repetir: los nombramientos judiciales muy largos no son buenos. Aun en el mejor de los casos, en que, de entrada, la persona reúne las cualidades personales y profesionales para desempeñarse de manera excelente, la gente se deteriora -- física, mental y moralmente -- con el paso del tiempo, y ello se manifiesta de varias formas en su trabajo judicial. Ya sabemos que el sistema no es muy eficaz en eliminar esos elementos. Doce o dieciséis años es mucho tiempo. Una renominación por ese mismo periodo puede ser demasiado.
Parte de lo que ahora se «descubre» se debe a personas que llegan a creer que el puesto les pertenece, por ser inamovibles y beneficiarios de la tan cacareada «independencia judicial», mantra que, por mucho que se niegue, se convierte en un embozo de la corrupción y el proceder irregular en los tribunales. El espíritu de cofradía que impera en la judicatura se ha convertido en un velo casi impenetrable en ese templo de la Justicia.
Ese velo se ha rasgado.
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