El Tribunal Supremo de Puerto Rico -- que en época reciente incurre en magnos desaciertos, por razones partidistas -- ha decidido bien al revocar al Tribunal de Apelaciones en su dictamen que permitía las visitas supervisadas de la hijas de Ana Cacho a su madre. Como he dicho antes en otros comentarios sobre este caso, no es posible dejar que esta mujer tenga acceso a sus hijas, no como un castigo anticipado por su culpa en la muerte de su hijo, sino porque, siendo las niñas testigos potenciales importantes de ese crimen, ella no debe tener la ocasión de tratar de influir en esos testimonios, cosa que, dada la trayectoria de Cacho y de su madre, es una certeza moral.
Baste recordar que el niño Lorenzo murió violentamente en la casa de su madre, en circunstancias que ella no ha querido esclarecer, y sobre lo cual ha asumido una actitud desafiante por más de tres años. Así las cosas, a ella no le queda bien el papel de madre sufrida, y la ley no debe prestarse para que lo represente.
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