Confieso que, por mi experiencia, tengo la impresión de que la Iglesia, acostumbrada a dar órdenes «en el nombre del Padre», no suele ser muy dada a la humildad de reconocer sus errores. Basta ver sus líos con la pederastia clerical en todo el mundo, para comprobarlo.
Esperemos por la decisión del tribunal terrenal sobre este asunto, porque la del celestial ya debe estar hablada...
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