Es evidente que Obama ha comenzado a resbalar en su camino presidencial hacia el tan cacareado cambio. Si bien hay que reconocerle varios aciertos, la decisión de no proceder contra los torturadores militares de época reciente constituye una equivocación de marca mayor. Utilizar como eximente de responsabilidad el haber actuado sobre la base de unas opiniones legales - claramente de encargo - resulta una variante de la «defensa» nazi en Nuremberga, es decir, la obediencia jerárquica, rechazada contundentemente por los Aliados e incorporada posteriormente al derecho penal internacional.
Lo que hicieron los nazis y lo que han hecho los torturadores es evidentemente inmoral y contrario a toda noción de civilización. Así que no importa cuántas órdenes u opiniones se puedan presentar para justificar ese comportamiento atroz, quienes lo llevaron a cabo tenían que saber, conciencia adentro, que actuaban mal y, por ende, negarse a incurrir en esa conducta.
Escudarse en leguleyismos desdice de Obama, y demuestra cuán fuerte es la influencia castrense en el gobierno de Estados Unidos.
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