Se han convertido en un lugar común las denuncias de abuso sexual por parte de miembros del clero o el pastorado religioso. Hay un patrón: las familias le confían sus hijos menores de edad ciegamente a estos curas o ministros, cuya desviación o represión sexual se manifiesta en toqueteos y cosas peores. La fe de estos niños o jóvenes, al igual que la de sus padres, da lugar a que se toleren - por lo menos, por un tiempo - conductas que son, francamente, impropias, pues se aceptan por la creencia de que son parte del desempeño pastoral o, sencillamente, se cae en la negación de que la conducta rara sea lo que cualquier agnóstico vería sin mucha dificultad. Luego, la vergüenza no deja a muchos testificar en contra de esos aprovechados o el recuerdo de otros se torna difuso.
La vía penal resulta a veces ineficaz. Sólo queda la compensación monetaria como único e insuficiente recurso, para remendar esas vidas rotas.
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