Les tengo noticias a los admiradores de la democracia americana y su sistema jurídico: allá se gobierna por decreto. Porque, no nos engañemos, lo de «orden ejecutiva» no es otra cosa que un eufemismo para encubrir la acción unilateral del Poder Ejecutivo al margen del Poder Legislativo. Obama, al no lograr convencer al Congreso de que le apruebe ciertas medidas, recurre a un mecanismo que, aunque legal, debe usarse por excepción. Porque una cosa es emitir una orden para, digamos, controlar los gastos en las agencias gubernamentales, y otra es una que adopta una política pública sobre un asunto de la competencia legislativa.
Independientemente del mérito evidente de prohibir el discrimen por razón de género y orientación sexual por parte de los contratistas del gobierno federal, hacerlo por orden ejecutiva supone una usurpación del poder legislativo, el cual se ha negado a hacerlo. (Por cierto, sorprende que un país tan reputadamente ilustrado y vanguardista en derechos y libertades ande tan a la zaga en este aspecto.)
Lo que resulta interesante es que los americanos y sus admiradores se rasgan las vestiduras -- mi amigo el exjuez tiene su toga hecha jirones -- cada vez que Chávez, Maduro, Correa, Ortega, et al emiten un decreto contra los grandes intereses internos y externos, calificándolos de «dictadores».
Para que conste en acta.
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