Prima facie, parecía un caso facilísimo. Una «güirita», diríamos en boricua, o un slam dunk, en el idioma de la corte en la que se juzga. A Pablo Casellas, ya condenado por el asesinato de su esposa, se le procesa por mentir a investigadores del gobierno de Estados Unidos que intervinieron en su denuncia de un robo vehicular que no sucedió y era parte de su esquema para crear unos victimarios del crimen que planificaba.
Pero, según se desarrolla el proceso, el caso se desgrana en las manos de esa mítica jurisdicción federal. De los tres cargos del pliego acusatorio, el juez importado para una supuesta «mayor pureza de los procedimientos», ha desestimado dos. Al paso que esto va, existe la posibilidad real de que Casellas salga absuelto. Which begs the question, dirían en ese tribunal imperial, ¿si él no mintió sobre el carjacking, entonces, sucedió? ¿Cómo es que las armas que le «robaron» aparecieron en su casa y fueron usadas para cometer el crimen?
La respuesta de este enigma jurídico parece estar en que se juega en la cancha donde su padre, el juez Casellas, ha sido árbitro durante mucho tiempo. Es demasiada la casualidad de que el arbitraje en este caso sea tan fallido, a favor del acusado.
Ahí tienen los admiradores del juez Casellas y de esa corte imperial a la que sirve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario