He aquí una noticia que me alegra el espíritu. Un empresario puertorriqueño ha distribuido productos de carne sin pedirle permiso a los americanos desde 2011... ¡y nadie se ha muerto por ello! Pero, claro, los procónsules del imperio no pueden dejar pasar una cosa así, y ya lo acusan, y la fiscal federal pedirá hasta la pena de muerte. Porque lo que importa es que en la colonia no se tomen iniciativas que socaven la jurisdicción metropolítica, en este caso, del Departamento de Agricultura federal, encargado de tutelar lo que comemos los puertorriqueños, pues, si no, moriríamos como moscas, dada nuestra incapacidad innata para velar por nuestros propios intereses.
Y es que en estas cosas del comer y beber hay que tener mucho cuidado. Recordemos el Boston Tea Party, y cómo terminó aquello. Acá empezamos obviando la inspección de Agricultura federal, y pronto seremos república independiente...
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