Los medios de comunicación destacan, de manera un tanto tendenciosa, la manifestación del juez Casellas a su hijo: «Ni una palabra». La implicación es clara; el padre encubre al hijo en el asesinato. Pero, ello, por sí solo, no puede tomarse de esa manera. Se trata del consejo que todo abogado en esa circunstancia le daría a un, por lo menos, sospechoso. Más aun, un padre a su hijo. Nada malo hay en ello.
Lo que sí ha puesto en entredicho al juez son sus actos en la escena del crimen. De lo que se sabe, surge, por lo menos, una imprudencia que está reñida con la ética profesional de la abogacía y de la judicatura. Entendida la preocupación por su hijo, Casellas padre no procedió con la circunspección que demandaba la situación. Procurádole la asistencia de abogado, el juez debió retirarse por completo y mantenerse alejado del lugar de los hechos. Cualquier otra cosa era impropia.
Eso es lo que hay que condenar.
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