Por fin, el Tribunal de Estados Unidos en Puerto Rico ha entrado en razón en lo que respecta a la permanencia del convicto exsenador Jorge de Castro Font en nuestro país mientras se ventila su juicio en el tribunal de esta jurisdicción. La pretensión de trasladarlo a Estados Unidos para que comenzara a cumplir su sentencia allá era absurda, de su faz, y solo puede explicarse por la prepotencia característica de los funcionarios imperiales aquí. No hay que tener muchas luces para comprender que tener a un acusado confinado fuera del país presenta inconvenientes mayores para su encausamiento. El juez Besosa, que ya ha dado muestras de un criterio judicial algo voluble, ha tenido que rendirse ante la realidad y la sensatez. Así que se ha tenido que conformar con mantenerlo en la cárcel federal de Guaynabo, pues De Castro Font -- tan bravucón antes -- se caga de miedo, si lo recluyen en una prisión puertorriqueña, donde teme por su seguridad, por chota.
En fin, aunque sea limitadamente, la jurisdicción puertorriqueña se ha dado a respetar ante la del imperio.
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