La legalidad puede ser asfixiante, si se permite que un apego excesivo a la letra de una norma jurídica derrote propósitos sociales importantes. Curiosamente, es en el propio origen de la legalidad -- en el proceso legislativo -- en el que se da un ejemplo dramático de la parálisis a la que lleva un exagerado tecnicismo. La práctica del filibusterismo en el proceso parlamentario -- que en estos días se ha dado por más de 20 horas en el Congreso de Estados Unidos con respecto a la reforma de salud de Obama -- demuestra lo absurdamente democrática que resulta la regla que permite turnos de exposición indefinida por parte de los legisladores. Lo demencial de la práctica americana es que ni siquiera se trata, necesariamente, de unas intervenciones estrictamente pertinentes a una pieza legislativa o a un asunto de interés público, sino que puede girar sobre cualquier tema, por lo que, en el pasado, se ha admitido recitar a Shakespeare o leer recetas de cocina initerrumpidamente.
Esto es, claramente, una burla a la Democracia y el Derecho, en un país que, con frecuencia, incurre en la perversión de los altos valores que inspiraron su Constitución.
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