La declaración de un testigo exige, para su adecuada aquilatación, no solo que se le escuche, sino que se le observe en su forma gestual. De ello se pueden colegir o inferir la sinceridad y cualquier condición que ponga en duda la credibilidad del declarante. Es por ello que ha resuelto muy correctamente el juez británico que le ha ordenado a una acusada musulmana que prestaba testimonio, que, para ello, se quitara el velo que le cubría el rostro, excepto los ojos. El magistrado tuvo el cuidado de permitirle a la mujer usar su indumentaria completa durante el resto del juicio, respetando sus creencias religiosas, pero, llegado el momento de declarar, exigió que ella lo hiciera «dando la cara», como cualquier hija de vecina.
Estoy seguro de que Alá no se ofendió. Lo único que lo hubiera ofendido es que la mujer declarara falsamente.
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