Aunque a primera vista luce como una cosa del pasado remoto, lo cierto es que las leyes que castigan la blasfemia subsisten en el mundo y se aplican opresivamente. El caso más reciente y dramático es el de la niña de once años con síndrome Down, que mutiló el Corán en Pakistán. El Presidente del país ha señalado que debieron investigar y tomar en cuenta su condición antes de arrestarla.
El problema de las teocracias u otros regímenes en los cuales la religión tiene una influencia desmedida es que los «pecados» se convierten en delitos, y se usa el aparato represivo del Estado para aplicar conceptos religiosos a un mundo crecientemente secular y diverso. Entonces, lo que debería solo ser objeto de una sanción en el ámbito religioso se convierte en objeto de una sanción penal, con el agravante del fanatismo e integrismo que suelen permear ese maridaje entre la fe y el poder terrenal.
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