Los acontecimientos más recientes relacionados con la huelga estudiantil ponen de manifiesto, una vez más, que la Policía no entiende su función en la sociedad. Aunque es parte del Poder Ejecutivo, no es su «perro de presa», presto para echarse encima de cualquiera que ose cuestionar el orden establecido. La mentalidad policiaca toma toda manifestación pública - aun la más pacífica - como un reto a su autoridad para preservar el orden público. Por lo tanto, reacciona muy rápida y violentamente ante el ejercicio de derechos ciudadanos. Más que velar por la seguridad general, los policías piensan que son el brazo armado de un Ejecutivo al que no debe molestarse ni con el asomo de la protesta callejera.
Por supuesto, esa inclinación inherente a aplastar la disidencia queda reforzada por las instrucciones fascistoides que recibe de sus superiores en el Cuerpo y en las altas esferas del Gobierno. Siendo el Gobernador su Comandante en Jefe, la Policía responde como su guardia personal y tropa de asalto para mantener a raya a sus «súbditos». En los tribunales no hay nada que buscar como amparo ni remedio.
Vivimos en un estado policiaco.
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