Compromisos familiares de mi esposa me llevaron a la República Dominicana esta pasada semana, interrumpiendo mi comunicación por este medio.
Allá es tema obligado el asunto de «Junior Cápsula», a quien, en un arranque de formalidad, se le llama por sus dos apellidos. La opinión pública deplora la actitud fantoche de Sobeida, la amante dominicana de Figueroa Agosto, quien, para algunos sectores populares, se ha convertido en una «heroína» nacional.
La prensa dominicana de estos días ventila cuestiones interesantes para la vida del Derecho. Se destapa un esquema de corrupción aduanera, que permite que algunos empresarios importen mercancías sin tributar y se introduzcan en el país armas de alto calibre. El Jefe de la Policía Nacional reclama haber eliminado, prácticamente, la delincuencia en el país, mientras un titular anuncia que se procederá a multar a los policías y a los militares que no obedezcan la luz roja en los semáforos, práctica común, evidentemente. Se registran casos de ciudadanos muertos a manos de policías, por no obedecer una orden de alto dada en la sempiterna oscuridad dominicana a causa de los frecuentes apagones. Hay denuncias de que algunos fiscales «negocian» con acusados, para favorecerlos indebidamente, y de que hay penados que andan sueltos por las calles, sin que se sepa a ciencia cierta cómo han salido. Algunos cuarteles policiacos en ciertas regiones del país son meras casuchas. Por otro lado, se acaba de aprobar un nuevo Código Civil, y hay en proceso una reforma penitenciaria, basada en el modelo noruego, uno de los más avanzados en el mundo. En muros y paredes se lee: «Ésa no es mi Constitución.», en referencia a la versión más reciente de la carta constituyente dominicana.
Así andan las cosas en Quisqueya, una nación que todavía lucha por imponer el estado de Derecho, sobre el legado nefasto de Trujillo.
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