En estos días, en Irlanda no se habla de otra cosa sino del escándalo mayúsculo de las revelaciones de los abusos físicos y sexuales en menores de edad bajo la guarda de instituciones católicas durante varias décadas. Por lo que ha salido en un informe oficial, hubo complicidad - cuando menos, de silencio - del Estado y de una sociedad en general que, al decir de un periodista, le había dado carta blanca a sus curas para que actuaran por la libre. Ahora hay llanto y crujir de dientes, pero el daño es demasiado grande para «arrepentimientos» de última hora.
Una vez más se comprueba que los asuntos públicos no deben estar subordinados a las religiones ni debemos confiar desmedidadmente en quienes visten una sotana o cualquier otro símbolo eclesiástico.
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