Se dice que Obama anda buscando cómo cerrar el campamento de detención en Guantánamo, promesa incumplida y baldón mayúsculo de su política sobre los derechos humanos. Su reiterada incapacidad para hacerlo demuestra lo poco que manda el Presidente de Estados Unidos, rehén del Congreso en muchas instancias.
Aunque ya solo quedan 116 detenidos -- hubo un máximo de 684 -- trece años después de establecida, esa instalación penal, condenada internacionalmente por los abusos cometidos en ella, sigue abierta, a despecho de las promesas de Obama y el repudio universal.
Y es que las cosas del Imperio son así. Los presidentes son figuras decorativas, con poderes limitados, sujetos al aval de un Congreso en el cual predominan el guerrerismo y la xenofobia, sin ninguna consideración al derecho internacional, y que está muy contento con Guantánamo y otros lugares similares en el mundo.
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