El habla popular nuestra ha perdido ingenio y sabrosura. Por ejemplo, ya nadie habla de una mujer «donairosa, alegre y desenvuelta» como jacarandosa. El término evoca un contexto de celebración y fiesta; de bailar y cantar. Algo que nunca pasa de moda, pero ya no se nombra de esta manera tan pintoresca.
Como he dicho antes, hemos empobrecido nuestra cultura léxica, reduciendo las formas de describir la realidad y lo que pensamos y sentimos ante ella. Nuestra lengua se ha vuelto sosa y, a falta de recursos expresivos, dependiente de epítetos y vulgaridades.
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